Pasada la negritud de la
noche me senté a contemplar una paleta llena de colores, amaneció y siento que
no duermes… Azul engaño suave brisa con la que en intemperie se viste de cielo,
tu inmensidad y un ser ágil viene pululando al viento, respirando el cansancio
de la mañana, habitante libre del que no quiero vivir sin tocar. Como fuego se
enciende y me deslumbra todo se decide… en una colisión de pequeños roces
ambicionando el perdurable limbo… se llena de luces y señales que se
encienden. Recordando el beso en mi frente el secreto que guardamos,
mientras roza mis senos ¿y si no fuéramos nosotros? que sería del
universo.
Un rostro en las básculas
del silencio que te aísla
y sacude tu deseo de vivir.
En la cavidad de mi pausa
me das la potestad de quitar la máscara. Rescátame de perder el fuego.
Malgasta el día, deslígame de las apariencias de mostrar imágenes para distraer
a los inocentes de esta ciudad, de plazas de ojos encantados. No entendí que me
desgarraría lo grandioso y lo oscuro. Condena desnuda, sin contacto el
desvelo, sin dudas. Tus ojos se entregan a lo que ven y ven solo lo que quieren
ver y ellos miran.
Esta confianza cristalina
entre dos espejos, donde cada mañana pasa sobre ti… y despertar es ver que
estas.
Mientras mis ojos se
pierden en la noche para añadir el insomnio al deseo, te arrastro cuando estoy
sola por calles congeladas y espesas, todo lo demás es dulce y claro
transparente invasión por los aires de todas las señales. Puedes atribuirte el
merito de hacer llover, corazones, estrellas y adiós a los
pianos. Tu el dueño de mi corazón quien me hace escribir hasta por los
codos.
Tus huellas, y todo lo
demás es todavía más inútil que la vida.
Anita Mendoza
y que quede claro que todo lo que escribo es para ti amor,.
a Jorge Martinez Lecaros
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