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AnaMendoza

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sábado, abril 06, 2013

AMELIE (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain)



Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Año: 2001.
Países: Francia / Alemania.
Duración: 120 min.
Interpretación: Audrey Tautou (Amelie Poulain), Mathieu Kassovitz (Nino Quincampoix), Rufus (Raphaël Poulain), Yolande Moreau (Madeleine Wallace), Artus de Penguern (Hipolito), Urbain Cancelier (Collignon), Maurice Bénichou (Dominique Bretodeau), Dominique Pinon (Joseph), Claude Perron (Eva).
Guión: Jean-Pierre Jeunet y Guillaume Laurant.
Producción: Claudie Ossard.
Música: Yann Tiersen.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Montaje: Hervé Schneid.
Diseño de producción: Aline Bonetto.
Dirección artística: Volker Schäfer.
Vestuario: Madeline Fontaine.



El que una película (usualmente norteamericana) con enorme aparato publicitario provoque gran hipérbole en la crítica internacional no es raro. Pero cuando una pequeña película europea genera igual cantidad de comentarios con nula publicidad, hay que poner atención.

En el caso de "Amélie", tal hipérbole es totalmente justificada, y aunque exista un cierto grado de exageración, la película es lo suficientemente buena como para respaldar las expectativas creadas.

"Amélie" narra la historia de una excéntrica muchacha que ha elegido vivir en soledad, por convenir así a su forma de ser. Pero cuando el azar le muestra la influencia positiva que puede tener en otras personas, ella comienza un tímido acercamiento al mundo exterior, lo que eventualmente la lleva a considerar la olvidada posibilidad del romance.

El director Jean-Pierre Jeunet, siguiendo su costumbre, trabaja con un excelente guión repleto de personajes extravagantes y de situaciones que bordean en lo fantástico, pero que a toda costa se mantienen firmemente anclados en el entorno emotivo humano, lo que les confiere una especie de vida que los hace no sólo creíbles, sino hasta entrañables y, más importante, divertidos. Y de la mano con el guión van las perfectas actuaciones del elenco completo; desde la protagonista hasta el más pequeño papel, todos los actores han logrado situarse mentalmente en el mágico mundo visual de Jeunet, logrando reaccionar de forma consistente ante las extrañas ocurrencias. Y desde luego, para que esto funcione, el director debe lograr que el público acepte tal entorno, sin cuestionar su veracidad y sin intentar siquiera poner la historia en algún contexto más "realista". Para lograrlo, no faltaba más, hace diestro uso de su extraordinario sentido visual, presentando las imágenes en una paleta de colores muy viva, pero a la vez limitada; un constante filtro verdoso acentúa los colores primarios y deslava todo lo demás, reduciendo la percepción del espectador, o mejor dicho, centrándola a lo que Jeunet quiere, pero sin descuidar los escenarios y ambientación. 





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