“Me llamo Marc, tengo espíritu sensible y nada de
dinero, pero dicen que tengo talento” (Marc Chagall, “Mi vida”) Tras la afilada
y persuasiva mirada de Marc Chagall se oculta el poeta del ensueño, el alocado
artista de imaginación inquieta y música en el pincel, que regala tonalidades
de color, forma y movimiento a todo gesto gráfico que imprime. Su impronta,
pintada tanto como escrita, nos esboza hoy su más íntimo retrato. El retrato de
un hombre que vivió amparado bajo el puente que él mismo trazó entre su pasado
y su futuro, y que vistió su presente de esperanza, añoranza y alegría de vivir
pese al atormentado mundo que le tocó a su existir en suerte. “Cuando observaba
a mi padre debajo de la lámpara, soñaba con cielos y cuerpos celestes, mucho
más allá de nuestra calle. Toda la poesía de la vida se condensaba en la
tristeza y el silencio de mi padre. Allí estaba la fuente inagotable de mis
sueños: mi padre, comparable con la vaca inmóvil, taciturna y callada sobre el
tejado de la choza” Chagall nació el 7 de julio de 1887 en Vitebsk, y fue el
mayor de nueve hermanos en una familia muy humilde, de origen judío. Su pasado,
su familia y la tradición cultural dejaron llaga en una vida que, en su caminar
de avance, parece querer siempre volver la vista atrás, y retrotraerse hacia el
imborrable abrazo de los recuerdos. Así puede verse, muy gráficamente, en la
obra “Yo y la aldea”, sobre este párrafo, donde Chagall divide el lienzo
en cuatro significativos cuadrantes, que nos sirven como muestra en avanzadilla
de lo que más adelante veremos sobre el simbolismo del espacio gráfico: La zona
izquierda representa el pasado, el rostro de vaca de mirada penetrante y
tierna, que devuelve al autor escenas de ordeño orientadas, a su vez, las
figuras hacia la izquierda. En la derecha, el autor se refleja a si mismo en un
tono verde esmeralda de esperanza, de confianza en esa alianza con su pasado
que le ayude a hacerse a sí mismo y a avanzar hacia el futuro que espera.
Alianza que se sella, en la zona inferior, con un ramillete de tintes mágicos,
haciendo honor al arraigo a la tierra. Y, por último, la zona superior del
cuadro, entonando nubes oscuras, y casas y figuras volteadas, nos desvelan la
mente fantasiosa y a su vez confusa y atormentada del autor.
Una esquina para los sueños
En este fragmento de una carta manuscrita de
Chagall (1928) dirigida a su profesora Bella Naumovna, y escrita en ruso,
pueden apreciarse, además de la soltura y el dinamismo de un trazo danzante,
casi volador, la creatividad y la cadencia proyectada de una mente inquieta,
ávida de curiosidad y con expectativas llenas de ilusiones.
Al igual que en sus cuadros, en la escritura de
Chagall predominan las hampas, el airoso rizo y el bucleado que parece
pretender alas en la parte superior de las letras. Curiosamente, este tipo de
trazado en las hampas, se aprecia más ágil, suelto y vivo en los escritos que
el autor realiza en su idioma natal: el ruso. “(...) Este es el lugar donde
hasta los mismos dioses podrían vivir, pero en cambio, gente sencilla, así como
las señoras de pelo gris residen aquí. La naturaleza aquí, a pesar de ser
Alemania, es tan inocente y buena como pueda serlo la naturaleza de Francia o
de Rusia, pero todavía no estoy listo para entregarme a ella. Todavía tengo miedo,
no confío aún en esto. (...)” (Alemania, 16 de julio de 1923. Carta de Chagall
a Bella Naumovna) En esta carta, escrita como la anterior en ruso, cuando
Chagall había rebasado la treintena, y durante su mejor época de juventud junto
a su esposa Bella, es reflejo nuevamente de la inquietud, vivacidad, espíritu
emprendedor, energía y alegre vitalidad de su autor. La soltura y dinamismo del
escrito nos está hablando de autoconfianza y empeño, de iniciativa y deseos de
proyección, de una sobresaliente inteligencia y también de indudables
habilidades para el razonamiento lógico. La cabeza de Marc Chagall parece un
hervidero de ideas, de creatividad floreciente que empuja, impulsa y batalla
por florecer y estallar ante el mundo. Su esencia no reposa sino bulle allá en
lo alto, en el dibujo de las hampas, donde la fantasía se revuelve inquieta.
Así marca reflejo también en una pintura de la misma época, “Los amantes en
el sauco”, de 1930.
Tal y como se aprecia en el análisis de la obra, la
línea del “Corazón” está marcando la equivalencia con el cuerpo central del
escrito. Por debajo se sitúa lo instintivo y material, el “Cuerpo”, el trazado
de las jambas o pies; por encima, la “Mente” y el refugio de la razón, la
ideación y los sueños, donde se trazan las hampas o crestas de las letras. Pues
bien, más allá florece el sauco, con sus amantes descansando entre su fronda
florecida, en inclinación de grado ascendente y muy por encima del reinado
común de las hampas del escrito, sobrevolando éstas con tildados de evasión,
fuga creativa, erupción de fantasía sin límites. El optimismo vitalista que
traslucen los colores del sauco y la felicidad de los amantes, ajenos a todo
salvo a sí mismos, contrasta con el silencio apagado y turbio de la noche
tranquila. No es sino el imperio de la fantasía, las ilusiones y los sueños,
pese a todo, sobre la irremediable y sutil realidad.
Tomando como excusa su obra “El paseo”,
podemos apreciar y fijarnos en el paralelismo singular entre el dibujo del
cuadro y su escritura en estas líneas. Agilidad, soltura, generosas hampas y
voladizos que se lanzan a ocupar la zona superior derecha del plano, allá donde
residen la ilusión, los sueños y las aspiraciones. Esta es la forma en que
Chagall expresa su entusiasmo por la vida, su felicidad junto a la de su esposa
Bella, como así se manifiesta también en la dirección ascendente de sus líneas
y en esos trazos tendidos, elevados y ondeantes al viento suave de tinta y
pluma.
Además, puede observarse el sentido de la
inclinación del trazo, en sentido transversal, signo que marca gran parte de la
obra de este peculiar pintor de ensoñaciones.
La mano tendida
“Un buen ser humano puede ser, como es sabido, un
mal artista. Pero quien no sea un gran hombre y por ello un buen hombre no será
nunca un verdadero artista” El sol, el símbolo paternal por excelencia, queda
arriba en la zona izquierda del pasado y de la nostalgia, así como la pequeña
escena de boda se funde en la lejanía de un segundo plano, también en ese
ángulo donde el pasado, lo que ya se fue, se traduce en pinceladas y trazos. En
cambio, las figuras inclinadas hacia la derecha constituyen un presente que, no
sólo se proyecta, sino que además vuela y se dirige en suave movimiento
flotando hacia el futuro, donde el árbol de la esperanza y de la vida está
aguardando, mientras una cabra envuelve la ilusión de esa felicidad con música
de violín.
También nos habla ese gesto inclinado de entrega y afectividad y,
unido a la ligazón interletras, de perseverancia y continuidad, de querencia a
lo venidero, de generosidad y apertura social. El autor tiende su mano y
extiende con ella su afecto e incluso su protección a los demás. Su escritura
clara y su firma abierta, transparente y generosa en tamaño, nos habla también,
y con toda la sencillez imaginable, de honestidad.
- Sandra Mª Cerro Grafóloga y perito calígrafo (www.sandracerro.com).
- José Gaspar Birlanga Profesor de Estética y Teoría de las Artes (Universidad Autónoma de Madrid).
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