Con la publicación,
en noviembre de 2003, de los Diarios de Alejandra Pizarnik, la editorial Lumen
ha conseguido reunir la obra literaria de la escritora argentina. Esta
cuidadosa recopilación consta de tres volúmenes de cuya edición se ha encargado
Ana Becciu: Poesía Completa (2000), en el que se recoge la obra poética
publicada en vida de Alejandra Pizarnik, así como poemas póstumos y otros no
editados hasta la fecha; Prosa Completa (2002), que agrupa sus relatos,
artículos, ensayos y la pieza teatral Los perturbados entre lilas; finalmente,
los Diarios (2003), testimonio íntimo de una “vida de escritora”. Los tres
magnifican la labor y el esfuerzo editorial por dar a conocer y conservar el
legado de una de las voces femeninas más ricas e influyentes de nuestra
literatura, la voz por excelencia acompañada de su séquito de voces. Con tres
heridas yo La búsqueda y configuración de la identidad individual, así como la
obsesión por alcanzar un lenguaje capaz de traducir con exactitud la
equivalencia entre significante y significado, ha constituido uno de los ejes,
si no el principal, de la obra poética y prosística de Alejandra Pizarnik. Sus
palabras son un desfiladero de soledad, carencia y pérdida, acentuadas por la
presencia de la muerte con el fin de revalorizar y afirmar el sentido de la
vida, pues esto es lo que en ellas se reclama: una vida construida a imagen y
semejanza del universo nombrado, de tal manera que si se dice amor se comprueba
la existencia de ese amor hasta en la muerte, y si se dice sed jamás se tocará
el vaso que se alza. Por un lado, los límites del lenguaje desvelan la
imposibilidad de nombrar todo lo que existe; por otra parte, el mundo concebido
por Pizarnik no siempre se corresponde con el mundo que habita el exterior, con
lo cual tampoco existe, excepto en su manera de concebirlo. Esta frontera
insalvable acaba dificultando la comunicación con los demás y aislando
inevitablemente al sujeto discursivo. Su voz, en consecuencia, se mueve en
muchas ocasiones en la esfera de la aproximación, en el terreno de los
sustitutos, y eso era algo que Pizarnik no sabía ni quería perdonar, ya que lo
que se aprecia, lo que en verdad se estima, no puede sustituirse ni mucho menos
reemplazarse. Las palabras ya no harán más el amor, harán la ausencia, como
decía en uno de sus últimos poemas.
Al mismo tiempo,
decir “yo” es tematizar un desafío a la totalización y a la infinitud de la
memoria: “El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por
sincerarse que lo escribe” (Pizarnik, 2003: 234), anota la argentina en otro
pasaje de sus cuadernos personales, porque en la experiencia autobiográfica la
unicidad del sujeto se pierde para no recuperarse más que en su multiplicidad y
en su desaparición; y porque, en última instancia, el resto subjetivo que (se)
enuncia no hace más que asumir un riesgo: el de “(…) la identidad explícita y
de la exhibición de su interioridad” (Legaz, 2000: 18). No es de extrañar,
pues, que uno de los más LOS DIARIOS DE ALEJANDRA PIZARNIK: UNA ESCRITURA EN EL
UMBRAL 59 tempranos deseos de la escritora sea redactar una novela
autobiográfica, “pero escrita en tercera persona” (Pizarnik, 2003: 26).
De una
penetración a una presentación, de una intimidad a una extimidad, 4 la rueda de
las significaciones se amplía y acaba por afectar a todas las partes implicadas
en el conjunto de una discursividad novedosa. En efecto, no es solo que el
autos del diario sea maleado por la interiorización de la alteridad en el
proceso de constitución como seres de lenguaje,5 sino que este último, en tanto
que –único– instrumento de comunicación viable, será tensado hasta el punto de
devenir, él también, representación amenazante, máscara identitaria, en
definitiva, lazo entre el ser y el parecer o el tener y el no tener. Desde ahí
puede llegar a entenderse su productividad simbólica y, lo que me parece más
relevante ahora, su poder como manifestación literaria: sin dejar de lado el
hecho de que en los últimos tiempos su proliferación ha puesto en evidencia la
frágil frontera que separa lo personal de lo público y publicable, el diario
íntimo así entendido adquiere la misma capacidad performativa que cualquier
otro discurso literario y/o artístico. Por eso, en 1962 Alejandra Pizarnik
escribe: “El fin de este diario es ilusorio: hallar una continuidad” (2003:
232), y apenas un año después, insiste: “Esas notas han de corroborar mi
continuidad y mi obediencia” (2003: 314).
"Esta espera inenarrable,
esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va
a venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve
un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando: mis
huesos serán a la manera de perros fieles, sumamente tristes cima del abandono.
Y cuando recién muera, cuando inaugure mi muerte, mi ser en súbita erección
restará petrificado en forma de abandonada esperadora, en forma de enamorada
sin causa. Y he aquí lo que me mata, he aquí la forma de mi enfermedad, el
nombre de lo que me muerde como un tigre crecido súbitamente en mi garganta,
nacido de mi llamado".
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