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AnaMendoza

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miércoles, enero 25, 2017

Los diarios de Alejandra

Con la publicación, en noviembre de 2003, de los Diarios de Alejandra Pizarnik, la editorial Lumen ha conseguido reunir la obra literaria de la escritora argentina. Esta cuidadosa recopilación consta de tres volúmenes de cuya edición se ha encargado Ana Becciu: Poesía Completa (2000), en el que se recoge la obra poética publicada en vida de Alejandra Pizarnik, así como poemas póstumos y otros no editados hasta la fecha; Prosa Completa (2002), que agrupa sus relatos, artículos, ensayos y la pieza teatral Los perturbados entre lilas; finalmente, los Diarios (2003), testimonio íntimo de una “vida de escritora”. Los tres magnifican la labor y el esfuerzo editorial por dar a conocer y conservar el legado de una de las voces femeninas más ricas e influyentes de nuestra literatura, la voz por excelencia acompañada de su séquito de voces. Con tres heridas yo La búsqueda y configuración de la identidad individual, así como la obsesión por alcanzar un lenguaje capaz de traducir con exactitud la equivalencia entre significante y significado, ha constituido uno de los ejes, si no el principal, de la obra poética y prosística de Alejandra Pizarnik. Sus palabras son un desfiladero de soledad, carencia y pérdida, acentuadas por la presencia de la muerte con el fin de revalorizar y afirmar el sentido de la vida, pues esto es lo que en ellas se reclama: una vida construida a imagen y semejanza del universo nombrado, de tal manera que si se dice amor se comprueba la existencia de ese amor hasta en la muerte, y si se dice sed jamás se tocará el vaso que se alza. Por un lado, los límites del lenguaje desvelan la imposibilidad de nombrar todo lo que existe; por otra parte, el mundo concebido por Pizarnik no siempre se corresponde con el mundo que habita el exterior, con lo cual tampoco existe, excepto en su manera de concebirlo. Esta frontera insalvable acaba dificultando la comunicación con los demás y aislando inevitablemente al sujeto discursivo. Su voz, en consecuencia, se mueve en muchas ocasiones en la esfera de la aproximación, en el terreno de los sustitutos, y eso era algo que Pizarnik no sabía ni quería perdonar, ya que lo que se aprecia, lo que en verdad se estima, no puede sustituirse ni mucho menos reemplazarse. Las palabras ya no harán más el amor, harán la ausencia, como decía en uno de sus últimos poemas.

Al mismo tiempo, decir “yo” es tematizar un desafío a la totalización y a la infinitud de la memoria: “El yo de mi diario no es, necesariamente, la persona ávida por sincerarse que lo escribe” (Pizarnik, 2003: 234), anota la argentina en otro pasaje de sus cuadernos personales, porque en la experiencia autobiográfica la unicidad del sujeto se pierde para no recuperarse más que en su multiplicidad y en su desaparición; y porque, en última instancia, el resto subjetivo que (se) enuncia no hace más que asumir un riesgo: el de “(…) la identidad explícita y de la exhibición de su interioridad” (Legaz, 2000: 18). No es de extrañar, pues, que uno de los más LOS DIARIOS DE ALEJANDRA PIZARNIK: UNA ESCRITURA EN EL UMBRAL 59 tempranos deseos de la escritora sea redactar una novela autobiográfica, “pero escrita en tercera persona” (Pizarnik, 2003: 26).

De una penetración a una presentación, de una intimidad a una extimidad, 4 la rueda de las significaciones se amplía y acaba por afectar a todas las partes implicadas en el conjunto de una discursividad novedosa. En efecto, no es solo que el autos del diario sea maleado por la interiorización de la alteridad en el proceso de constitución como seres de lenguaje,5 sino que este último, en tanto que –único– instrumento de comunicación viable, será tensado hasta el punto de devenir, él también, representación amenazante, máscara identitaria, en definitiva, lazo entre el ser y el parecer o el tener y el no tener. Desde ahí puede llegar a entenderse su productividad simbólica y, lo que me parece más relevante ahora, su poder como manifestación literaria: sin dejar de lado el hecho de que en los últimos tiempos su proliferación ha puesto en evidencia la frágil frontera que separa lo personal de lo público y publicable, el diario íntimo así entendido adquiere la misma capacidad performativa que cualquier otro discurso literario y/o artístico. Por eso, en 1962 Alejandra Pizarnik escribe: “El fin de este diario es ilusorio: hallar una continuidad” (2003: 232), y apenas un año después, insiste: “Esas notas han de corroborar mi continuidad y mi obediencia” (2003: 314).


"Esta espera inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va a venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando: mis huesos serán a la manera de perros fieles, sumamente tristes cima del abandono. Y cuando recién muera, cuando inaugure mi muerte, mi ser en súbita erección restará petrificado en forma de abandonada esperadora, en forma de enamorada sin causa. Y he aquí lo que me mata, he aquí la forma de mi enfermedad, el nombre de lo que me muerde como un tigre crecido súbitamente en mi garganta, nacido de mi llamado".





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