Alerta estoy de ser
sonrisa.
AnaMendoza

Vistas a la página totales

martes, agosto 04, 2009

Un poco Bizarro




Cuando era niña o sea en la época de los dinosaurios jajaja.


Aunque no lo crean todavía me acuerdo para algunas cosas tengo una memoria de elefante, bueno la historia es que cuando tenia unos 4 años aproximadamente al comenzar al ir al preescolar, mis padres me compraron el cuento de las Zapatillas Rojas, y aunque conocía de algunas letras y números y me diera por la pasión de dibujar la mayoría de mis cuentos eran en casettes y yo observaba las imágenes mientras me imaginaba todo lo demás mientras pasaba las ojeaba el libro, y la mayoría de mis cuentos no eran muy lindos que digamos desde mi punto de vista eran mas bien como historias de horror, Blanca Nieves a pesar de su belleza tenia que vivir en el bosque escondida (por culpa de un espejo mágico y la malvada de su madrastra) y de paso en la casa de unos enanos, era huérfana, cenicienta ni que decir, aparte de ser huérfana y de su madrastra tenia encima dos hermanastras… le iban agregando extras, y Pinocho viviendo dentro de una ballena porque no murió cuando la ballena lo tragó, me hacia llorar como sufrió el pobre, no eran personajes de los que estuviera orgullosa o con los cuales me identificara más bien me hacían sentir un poco tonta y sobre todo infeliz y culpable de mi vida perfecta, no tenia nada que ver con lo que ellos vivían, pobres todo lo malo les podía pasar.


Yo estaba muy interesada en saber la historia de las zapatillas rojas y busqué quien me leyera, luego tenia terror al libro, me aseguraba que quedara muy escondido a la hora de dormir, y como anécdota el día que me dieron mis útiles cuando pase al primer grado recuerdo que hice trampa me llevé otro libro uno de osos polares que no tenia nada que ver con mi cuento y que no tenia nombre, yo dije ese es mi cuento, para mi suerte nadie se dio cuenta que yo no me llevaba el mío, recuerdo mis días tristes en el preescolar y de cómo me había marcado aquella de niña y sus zapatillas por unos años lo bloquee ya que sufrí por ella tan al extremo que hasta hace unos días me entró la curiosidad y comencé a investigar sobre aquel cuento que ya ni siquiera recordaba, al menos no de manera consiente.

En esos días recuerdo que incluso pasé o copie en el limpio todo el libro para aprender esa fue una de las tareas que me asigno mi papá pero igual no lograba recordar ningún detalle, recuerdo que íbamos a una fiesta y mi padre llevo a mi hermana a comprar sus zapatos, su vestido por suerte era largo, porque mi papá le compró lo que ella quiso y de los que se enamoro, unos zapatos rojos de patente y con tacón medio y todo, ahhhhhhhhhhh nunca olvidaré los ojos de mi mamá, lo cierto es que los uso en la fiesta, los uso con todo, así no combinaran por suerte no le paso lo mismo del cuento pero yo siempre esperaba que algo extraño ocurriera.

También se hizo la película que esta basada en este cuento infantil un tanto macabro. Una chica pasa por delante del escaparate de una zapatería y se queda prendada de un hermoso par de zapatillas rojas. La chica es bastante pobre y como comprenderás el tener esas zapatillas de baile es un lujo que no puede permitirse ( además tampoco es que tenga ropa a juego para lucirlas precisamente). Pero su encabezonamiento es tan grande que termina consiguiéndolas ( en una de las versiones del cuento rompe el cristal y se las lleva a las bravas). En un principio es feliz como una perdiz. Se las pone y comienza a danzar de un lado para otro llena de alegría. Pero cuando ya comienza a cansarse y decide parar se da cuenta horrorizada de que no puede. Las zapatillas malditas la obligan a continuar danzando hora tras hora, más y más deprisa atravesando campos, caminos y ciudades. Sus hermosas zapatillas rojas sólo la permiten detenerse cuando cae al suelo muerta de agotamiento.

No conozco nada bien la filmografía de Michael Powell y Emeric Pressburger, pero para empezar a remediarlo ví hace unas semanas Las Zapatillas Rojas (1948).

Pressburger adaptó un cuento de Hans Christian Andersen para convertirlo –mano a mano con Michael Powell- en un film que es a la vez un sólido melodrama y un experimento visual y musical cuando menos interesante. Al parecer, en el cuento de Andersen una niña compra unas zapatillas de baile de color rojo que, una vez puestas, le hacen bailar y bailar sin parar, lo que al principio es estupendo, pero luego se da cuenta de que no puede detenerlas de ningún modo, y la niña acaba por morir exhausta (bastante cruel el Andersen, no?).

Para cerrar les dejo dos versiones del cuento para que no se queden con la curiosidad.
Las Zapatillas Rojas



Cuento de Hans Christian Andersen

Hace mucho, mucho tiempo, vivía una hermosa niña que se llamaba Karen. Su familia era muy pobre, así que no podía comprarle aquello que ella deseaba por encima de todas las cosas: unas zapatillas de baile de color rojo. Porque lo que más le gustaba a Karen era bailar, cosa que hacía continuamente. A menudo se imaginaba a sí misma como una estrella del baile, recibiendo felicitaciones y admiración de todo el mundo.

Al morir su madre, una acaudalada señora acogió a la niña y la cuidó como si fuera hija suya. Cuando llegó el momento de su puesta de largo, la llamó a su presencia: - Ve y cómprate calzado adecuado para la ocasión - Le dijo su benefactora alargándole el dinero. Pero Karen, desobedeciendo, y aprovechando que la vieja dama no veía muy bien, encargó a la zapatera un par de zapatos rojos de baile.

El día de la celebración, todo el mundo miraba los zapatos rojos de Karen. Incluso alguien hizo notar a la anciana mujer que no estaba bien visto que una muchachita empleara ese tono en el calzado. La mujer, enfadada con Karen por haber desobedecido, la reprendió allí mismo: - Eso es coquetería y vanidad, Karen, y ninguna de esas cualidades te ayudará nunca. Sin embargo, la niña aprovechaba cualquier ocasión para lucirlos.

La pobre señora murió al poco tiempo y se organizó el funeral. Como había sido una persona muy buena, llegó gente de todas partes para celebrar las exequias. Cuando Karen se vestía para acudir, vio los zapatos rojos con su charol brillando en la oscuridad. Sabía que no debía hacerlo, pero, sin pensárselo dos veces, cogió las zapatillas encantadas y metió dentro sus piececitos: -Estaré mucho más elegante delante de todo el mundo!- se dijo.


Al entrar en la iglesia, un viejo horrible y barbudo se dirigió a ella: -¡Qué bonitos zapatos rojos de baile! ¿Quieres que te los limpie?- le dijo. Karen pensó que así los zapatos brillarían más y no hizo caso de lo que la señora siempre le había recomendado sobre el recato en el vestir. El hombre miró fijamente las zapatillas, y con un susurro y un golpe en las suelas les ordenó: -¡Ajustaos bien cuando bailéis!


Al salir de la iglesia, ¡Cuál sería la sorpresa de Karen al sentir un cosquilleo en los pies! Las zapatillas rojas se pusieron a bailar como poseídas por su propia música. Las gentes del pueblo, extrañadas, vieron cómo Karen se alejaba bailando por las plazas y las calles, y luego por los caminos y cañadas, y al caer la noche, Karen seguía bailando por los prados y los pastos. Por más que lo intentara, no había forma de soltarse los zapatos: estaban soldados a sus pies, ¡y ya no había manera de saber qué era pie y qué era zapato!

Pasaron los días y Karen seguía bailando y bailando. ¡Estaba tan cansada...! y nunca se había sentido tan sola y triste. Lloraba y lloraba mientras bailaba, pensando en lo tonta y vanidosa que había sido, en lo ingrata que era su actitud hacia la buena señora y la gente del pueblo que la había ayudado tanto. - ¡No puedo más!- gimió desesperada -¡Tengo que quitarme estos zapatos aunque para ello sea necesario que me corten los pies!-

Karen se dirigió bailando hacia un pueblo cercano donde vivía un verdugo muy famoso por su pericia con el hacha. Cuando llegó, sin dejar de bailar y con lágrimas en los ojos gritó desde la puerta: -¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando. -¿Es que no sabes quién soy? ¡Yo corto cabezas!, y ahora siento cómo mi hacha se estremece.- dijo el verdugo.

-¡No me cortes la cabeza -dijo Karen-, porque entonces no podré arrepentirme de mi vanidad! Pero por favor, córtame los pies con los zapatos rojos para que pueda dejar de bailar. Pero cuando la puerta se abrió, la sorpresa de Karen fue mayúscula. El terrible verdugo no era otro que el mendigo limpiabotas que había encantado sus zapatillas rojas.


-¡Qué bonitos zapatos rojos de baile!- exclamó -¡Seguro que se ajustan muy bien al bailar!- dijo guiñando un ojo a la pobre Karen -Déjame verlos más de cerca...-. Pero nada más tocar el mendigo los zapatos con sus dedos esqueléticos, las zapatillas rojas se detuvieron y Karen dejó de bailar. Aprendió la lección, las guardó en una urna de cristal y no pasó un solo día en el que no agradeciera que ya no tenía que seguir bailando dentro de sus zapatillas rojas.

FIN




LAS ZAPATILLAS ROJAS


Había una vez una pobre huerfanita que no tenía zapatos. Pero siempre recogía los trapos viejos que encontraba y, con el tiempo, se cosió un par de zapatillas rojas. Aunque eran muy toscas, a ella le gustaban. La hacían sentir rica a pesar de que se pasaba los días recogiendo algo que comer en los bosques llenos de espinos hasta bien entrado el anochecer.

Pero un día, mientras bajaba por el camino con sus andrajos y sus zapatillas rojas, un carruaje dorado se detuvo a su lado. La anciana que viajaba en su interior le dijo que se la iba a llevar a su casa y la trataría como si fuese su hijita. Así pues, la niña se fue a la casa de la acaudalada anciana y allí le lavaron y peinaron el cabello. Le proporcionaron una ropa interior de purísimo color blanco, un precioso vestido de lana, unas medías blancas y unos relucientes zapatos negros. Cuando la niña preguntó por su ropa y , sobre todo por sus zapatillas rojas, la anciana le contestó que la ropa estaba tan sucia y los viejos zapatos eran tan ridículos que los habían arrojado al fuego donde ardieron hasta convertirse en ceniza.

La niña se puso muy triste , pues, a pesar de la inmensa riqueza que la rodeaba, las humildes zapatillas rojas cosidas con sus propias manos le habían hecho experimentar su mayor felicidad. Ahora se veía obligada a permanecer sentada todo el rato, a caminar sin patinar y a no hablar a menos que le dirigieran la palabra, pero un secreto fuego ardía en su corazón y ella seguía echando de menos sus viejas zapatillas rojas por encima de cualquier otra cosa.


Cuando la niña alcanzó la edad suficiente para recibir la confirmación el día de los Santos Inocentes, la anciana la llevó a un viejo zapatero cojo para que le hiciera unos zapatos especiales para la ocasión. En el escaparate del zapatero había unos zapatos rojos hechos con cuero del mejor; eran tan bonitos que casi resplandecían. Así pues, aunque los zapatos no fueran apropiados para ir a la iglesia, la niña, que solo elegía siguiendo los deseos de su hambriento corazón escogió los zapatos rojos. La anciana tenia tan mala vista que no vio de que color eran los zapatos y, por consiguiente, pagó el precio. El zapatero le guiñó el ojo a la niña y envolvió los zapatos

Al día siguiente, los feligreses de la iglesia se quedaron asombrados al ver los pies de la niña. Los zapatos rojos brillaban como manzanas pulidas, como corazones, como ciruelas rojas. Todo el mundo los miraba; hasta los iconos de la pared, hasta las imágenes contemplaban los zapatos con expresión de reproche. Pero cuanto más los miraba la gente, tanto más le gustaban a la niña. Por consiguiente, cuando el sacerdote entonó los cánticos y cuando el coro lo acompañó y el órgano empezó a sonar, la niña pensó que no había nada más bonito que sus zapatos rojos. Para cuando terminó aquel día, alguien le había informado a la anciana acerca de los zapatos rojos de su protegida.

-!Jamás de los jamases vuelvas a ponerte esos zapatos rojos!- le dijo la anciana en tono amenazador. Pero al domingo siguiente la niña no pudo resistir la tentación de ponerse los zapatos rojos en lugar de los negros y se fue a la iglesia con la anciana como de costumbre.
A la entrada de la iglesia había un soldado con el brazo en cabestrillo.

Llevaba una chaquetilla y tenia la barba pelirroja. Hizo una reverencia y pidió permiso para quitar el polvo de los zapatos de la niña. La niña alargó el pie y el soldado dio unos golpecitos a las suelas de sus zapatos mientras entonaba una alegre cancioncilla que le hizo cosquillas en las plantas de los pies.

-No olvides quedarte para el baile- le dijo el soldado, guiñándole el ojo con una sonrisa. Todo el mundo volvió a mirar de soslayo los zapatos rojos de la niña. Pero a ella le gustaban tanto aquellos zapatos tan brillantes como el carmesí, tan brillantes como las frambuesas y las granadas, que apenas podía pensar en otra cosa y casi no prestó atención a la ceremonia religiosa. Tan ocupada estaba moviendo los pies hacia aquí y hacia allá y admirando sus zapatos rojos que se olvidó de cantar.
Cuando abandonó la iglesia en compañía de la anciana, el soldado herido le gritó
"¡Qué bonitos zapatos de baile!"
Sus palabras hicieron que la niña empezara inmediatamente a dar vueltas. En cuanto sus pies empezaron a moverse ya no pudieron detenerse y la niña bailó entre los arriates de flores y dobló la esquina de la iglesia como si hubiera perdido por completo el control de sí misma. Danzó una gavota y después una czarda y, finalmente, se alejó bailando un vals a través de los campos del otro lado. El cochero de la anciana saltó del carruaje y echó a correr tras ella, le dio alcance y la llevó de nuevo al coche, pero los pies de la niña calzados con los zapatos rojos seguían bailando en el aire como si estuvieran todavía en el suelo. La anciana y el cochero tiraron y forcejearon, tratando de quitarle los los zapatos rojos a la niña. Menudo espectáculo, ellos con los sombreros torcidos y la niña agitando las piernas, pero, al final, los pies de la niña se calmaron.

De regreso a casa, la anciana dejó los zapatos rojos en un estante muy alto y le ordenó a la niña no tocarlos nunca más. Pero la niña no podía evitar contemplarlos con anhelo. Para ella seguían siendo lo más bonito de la tierra.

Poco después quiso el destino que la anciana tuviera que guardar cama y, en cuanto los médicos se fueron, la niña entró sigilosamente en la habitación donde se guardaban los zapatos rojos. Los contempló allá arriba en lo alto del estante. Su mirada se hizo penetrante y se convirtió en un ardiente deseo que la indujo a tomar los zapatos del estante y a ponérselos, pensando que no había nada de malo en ello. Sin embargo, en cuanto los zapatos tocaron sus talones y los dedos de sus pies, la niña se sintió invadida por el por el impulso de bailar.

Cruzó la puerta bailando y bajó los peldaños, bailando primero una gavota, después una czarda y, finalmente un vals de atrevidas vueltas en rápida sucesión. La niña estaba en la gloria y no comprendió en qué apurada situación se encontraba hasta que quiso bailar hacia la izquierda y los zapatos se empeñaron en bailar directamente hacia la derecha. Cuando quería dar vueltas, los zapatos se empeñaban en bailar hacia delante. Y, mientras los zapatos bailaban con la niña, en lugar de ser la niña quien bailara con los zapatos, los zapatos la llevaron calle abajo, cruzando los campos llenos de barro hasta llegar al al bosque oscuro y sombrío.


Allí, apoyado contra un árbol, se encontraba el viejo soldado de la barba pelirroja con su chaquetilla y su brazo en cabestrillo. - Vaya, qué bonitos zapatos de baile- exclamó.
Asustada, la niña intentó quitarse los zapatos, pero el pie que mantenía apoyado en el suelo seguía bailando con entusiasmo y el que ella sostenía en la mano también tomaba parte en el baile. Así pues, la niña bailó y bailó sin cesar. Danzando subió las colina más altas, cruzó loa valles bajo la lluvia, la nieva y el sol. Bailó en la noche oscura y al amanecer y aún seguía bailando cuando anocheció. Pero no era un baile bonito. Era un baile terrible, pues no había descanso para ella.

Llegó bailando a un cementerio y allí un espantoso espíritu no le permitió entrar. El espíritu pronunció las siguientes palabras: -bailarás con tus zapatos rojos hasta que te conviertas en una aparición, en un fantasma, hasta que la piel te cuelgue de los huesos y hasta que no quede nada de ti más que unas entrañas que bailan. Bailarás de puerta en puerta por las aldeas y golpearás cada puerta tres veces y, cuando la gente mire, te verá y temerá sufrir tu mismo destino. Bailad, bailad, hermosos zapatos rojos, seguid bailando.


La niña pidió compasión, pero, antes de que pudiera seguir implorando piedad, los zapatos rojos se la llevaron. Bailó sobre los brezales y los ríos, siguió bailando sobre los setos vivos y siguió bailando y bailando hasta llegar a su hogar y allí vio que había gente llorando. La anciana que la había acogido en su casa había muerto. Pero ella siguió bailando porque no tenia más remedio que hacerlo. Profundamente agotada y horrorizada, llegó bailando a un bosque en el que vivía el verdugo de la ciudad. El hacha que había en la pared empezó a estremecerse en cuanto percibió la cercanía de la niña.

-!Por favor!- le suplicó la niña al verdugo al pasar bailando por delante de su puerta-. Por favor, córteme los zapatos para librarme de este horrible destino.

El verdugo cortó las correas de los zapatos rojos con el hacha. Pero los zapatos seguían en los pies. Entonces la niña le dijo al verdugo que su vida no valía nada y que, por favor, le cortara los pies. Y el verdugo le cortó los pies. Y los zapatos rojos con los pies adentro siguieron bailando a través del bosque, subieron a la colina y se perdieron de vista.
Otro final feliz de cuento.(ummm jajaja)

No hay comentarios.: