Algunos días aúllan
cuando invoco a la Pizarnik y cierro los ojos para qué pase liquida a través de
mi cuerpo alegando nuestras dimensiones. De esta manera inconclusa donde
brillan las luces de los ojos y no me alcanzan sus manos. En el fondo de una
carta de amor que tocó alguna vez su alma de huesos quebrándose, así como tocar
la puerta que desafina en algunas circunstancias de terrones de caramelo y
colinas al pie de sus zapatos. Vuelvo a los cuentos donde la felicidad era
posible y me abandono en sus manos que susurran risas de niños perdidos en un
bosque donde apenas se entrevé el cielo y chispazos de luz.
Mientras la tarde cae
y anochece sobre todos los arboles de mis miedos, sueño que vienes, sueño que
vienes, sueño que vienes! Y me escondo para sorprender y arrojar el amor cerca
de un rincón de la vieja casa ya sin sombras,
grita el amor para que me veas, sin saber dónde estás, el amor te llama
con mi voz que se escapa del largo silencio que aturde a las piedras bajo la
tormenta. Incompletos y sin mirarnos hablamos de sus cosas y las mías.
Esperando el amanecer para vernos renacer siendo pequeñas olas de ternura otra
vez. Las manos del mundo nos acarician por encima de las sábanas el abrazo que
nos quita el frio, el miedo, tiembla con su corazón retumbando junto al mío que
canta y danza, que se adhiere a su mirada luminosa y mis ganas de tenerle cerca
sobre mis hombros y espalda cuando me besa hasta disolvernos las bocas del
fuego para ser por siempre pájaros de miel multiplicándonos sobre las ramas de
un gran árbol de los sueños donde algunos días aúllan cuando invoco a la
Pizarnik y cierros los ojos para que pase liquida a través de mi cuerpo
alargando nuestras dimensiones.
Ana Mendoza
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