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La piel se empina, el aliento se contiene, torrentes de dopamina –la hormona del placer– inundan el sistema circulatorio, las pupilas se dilatan, comienza a escasear el cortisol –que regula los grados de estrés–, y el pensamiento racional se reduce...
En verdad, nadie está muy atento a todo esto, pero durante un beso ocurre un verdadero cataclismo químico en el cuerpo humano. En el cerebro se activan las mismas y específicas áreas que intervienen ante el consumo de drogas altamente adictivas, como la cocaína. El fenómeno se determinó en el año 2005 gracias a un trabajo de científicos de la Universidad de Rutgers (en Estados Unidos) para el estado de enamoramiento. La antropóloga Helen Fisher escaneó los cerebros de 17 personas a quienes les mostró fotos de sus parejas, objetos del deseo. Como resultado encontró una inusual actividad en dos zonas que manejan el placer y la recompensa. Lo mismo que sucede ante el consumo, o incluso el deseo, de drogas duras, como la cocaína.
“Aunque no hay estudios que indiquen directamente que el amor produce adicción, se sabe que activa zonas cerebrales relacionadas con la motivación y la recompensa, zonas que también se activan frente a drogas adictivas”, indicó Milena Winograd, doctora en Neurociencias, del Laboratorio de Neurociencias Integrativas (Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA). Concretamente, “el enamoramiento activa una zona que está dentro de un circuito dopaminérgico, la zona tegmental ventral, que es un circuito que se activa frente a drogas adictivas o frente a un buen chocolate”, agregó.
Algo contigo. Se especula con que algo similar sucede al besar, pese a que aún no hay estudios precisos que muestren qué pasa en nuestro cerebro en ese preciso instante. La clave, de todos modos, es hormonal: el roce de los labios, la zona del cuerpo con más neuronas sensitivas del cuerpo, genera dopamina y oxitocina que, liberadas en el sistema circulatorio, ayudan a la sensación de estar flotando durante un beso. Los circuitos neuronales son los mismos.
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